La humanidad en los tiempos del coronavirus
Imprevistamente el mundo en que vivimos ha cambiado de manera radical. Surgió un nuevo coronavirus en humanos, el llamado COVID-19.
Sabemos que el origen del COVID-19 se produjo por el contacto entre animales salvajes y un humano. Cierto coronavirus -suelen alojarse en muchos animales- mutó su genoma y logró infectar humanos. Este suceso se produjo por la negligencia de la sociedad china y de sus autoridades que no controlaron conductas que ponían en riesgo a la persona y a la comunidad en su conjunto. Nadie sabrá quién fue el individuo que produjo este hecho, quizás ni siquiera lo sepa él mismo dado que pudo haber presentado síntomas leves. Sin embargo el virus mutado pasó a otro ser humano que a su vez contagió a otro y así no cesó de infectar personas.
Los virus existen desde hace millones de años, infectan a todos los seres vivos y han matado a un sinnúmero de personas. A partir de que el médico inglés Edward Jenner descubriera en 1796 la vacuna contra la viruela se salvaron millones de vidas. Luego se han logrado vacunas para combatir numerosos virus, aunque actualmente existen muchos para los que no hemos alcanzado aún una vacuna, incluso en múltiples casos ni siquiera tratamiento.
La Gaceta – Nota completa
En los últimos años una familia de virus llamada coronavirus ha causado varias epidemias. Surgió en China en el año 2002 a partir de un contacto humano con un animal salvaje y fue conocido como SARS, produciendo la muerte de casi 800 personas. Este virus cuya tasa de mortalidad era del 10% no resultaba tan contagioso y se logró controlar. En el 2012 de la misma forma surgió otro coronavirus conocido como MERS, con una tasa de mortalidad del 30% pero muy poco infeccioso. En “Humanidad 2.0”, libro que publiqué hace dos años, comento como principal riesgo para la humanidad la aparición de una pandemia viral y la necesidad de mejorar la tecnología para producir nuevas vacunas. No se necesitaba tener capacidad profética sino solo un poco de conocimiento y sentido común.
La historia de la humanidad nos muestra que la lucha contra las infecciones nos ha acompañado siempre. En los últimos 200 años fruto de las vacunas y los antibióticos las muertes causadas por enfermedades infecciosas se han reducido drásticamente. Actualmente las muertes por enfermedades infecciosas del tracto respiratorio no supera el 5%, seguramente en el 2020 este número aumente. Gracias a los avances en vacunas y antibióticos nos hemos acostumbrado en la mayoría de los países a no tener muertes numerosas por virus y bacterias. A fines del 2019 aparece un virus nuevo que hace lo mismo que cualquier otro virus, infectar huéspedes. No tiene nada extraordinario dentro del mundo de la virología. Mucho menos contagioso que el sarampión que mató a 200 millones de personas y mucho menos virulento que la viruela que mató a 300 millones, nos muestra la vulnerabilidad de la sociedad actual.
La peligrosidad del virus depende de dos factores, la infectividad que es la capacidad para contagiar y virulencia que es la capacidad para dañar o matar al huésped una vez infectado. La tasa de mortalidad se calcula como la cantidad de casos fatales en relación a los infectados. Es confuso y difícil medirla. Para el caso del COVID-19 dicen ser mayor al 3% pero ese valor puede variar según como se mida. Los valores son artificialmente más altos dado que solo se hacen los test a las personas que tienen síntomas.
La mayoría de los que tienen síntomas leves o son asintomáticos no se hacen los test, por lo que no figuran como infectados. Es esencial saber el número de estos casos para calcular correctamente la tasa y conocer con exactitud la virulencia del virus. Cuando más gente esté en esta condición menor es la tasa de mortalidad y más rápido se va a controlar la pandemia. Si tomamos como ejemplo el crucero Diamond Prince donde se realizó el test de COVID-19 a todos los pasajeros y tripulantes la tasa de mortalidad fue del 1%, teniendo en cuenta que el promedio de edad es mayor a la población general la tasa de mortalidad podría ser aún menor. Los datos de Corea del Sur donde se hicieron testeos masivos darían una cifra similar.
Igualmente este dato no le quita gravedad a la pandemia. Sin ningún tipo de medida de aislamiento al menos el 60% de la población se contagiaría. Tomando estos datos podemos proyectar un fallecimiento de 45 millones de personas a nivel mundial. Cifra similar a las muertes ocurridas por la última gran pandemia en 1918 fruto de la gripe española o más recientemente coincidente con el número de muertos por el SIDA desde su aparición hace casi 40 años. También hay que tener en cuenta que si los contagios se dan en forma masiva y simultánea el sistema sanitario colapsa. Al no poder tener la atención adecuada la tasa de mortalidad se duplica.
Los virus son parásitos obligados por lo cual necesitan un huésped para reproducirse. Para controlarlos los huéspedes tienen que desarrollar inmunidad. Hay dos formas de lograrlo, o adquirimos la inmunidad a través de vacunas o la generamos infectándonos. Se necesita que al menos el 60% de la población se infecte para hacerse inmune y el virus disminuya su circulación. Las medidas restrictivas logran que la trasmisión se haga más lenta pero también hacen que la crisis se haga más larga.
Las medidas para evitar el contagio tienen un costo, es difícil de calcular pero podría superar la producida por el mismo virus. El quedarse confinado disminuyendo la actividad física produce aumento de peso y trastornos psiquiátricos que acrecientan el riesgo de otras patologías que pueden ser mortales.
El rey de los animales, el Homo Sapiens, con su 85,000 millones de neuronas está siendo amenazado por un ser inerte. Los virus al no tener metabolismo y depender de su huésped para reproducirse ni siquiera son considerados seres vivos. Su insignificancia parece notoria cuando se analiza su tamaño que se mide en decena de nanómetros o sea una mil millonésima parte de un metro. ¿Cómo puede una partícula microscópica hacer tanto daño a un ser tan complejo como un humano? El virus “hackea” la célula y le introduce su material genético. La fuerza letal del virus está en la “inteligencia” de la información que lleva en su material genético.
No todos los virus son malos, también se pueden usar para el beneficio de la humanidad. Las nuevas técnicas de edición genéticas utilizan los adenovirus para incorporar el material genético en las muy promisorias terapias génicas. Paradójicamente los virus ayudaron a acelerar la evolución transfiriendo material genético entre especies. Nos ayudaron a que evolucionáramos desarrollando en los humanos capacidades como la inteligencia, la cual usamos para combatirlos. Aunque en algunas oportunidades por no usarla lo suficiente nos siguen ganando algunas batallas.
La Gaceta – Nota completa
Seguramente el 2020 resultará uno de los peores años de nuestra historia, sea porque nos contagiemos del virus o por sufrir las consecuencias de las medidas para prevenirlo. Por fortuna sabemos que la epidemia va a terminar. Quedarán probablemente muchas personas con secuelas físicas y psíquicas de la enfermedad pero a la larga podría dejar beneficios. Habrá progresos tecnológicos, mucha gente se habituará a trabajar en forma remota, se mejorará el uso de antivirales, el desarrollo de nuevas vacunas que utilizan ARN mensajero, lo que permite producir vacunas en tiempo record con la posibilidad de alcanzar una enorme producción que sería imposible con las técnicas tradicionales.
Gracias a los notables avances en las técnicas de edición genética se ha logado identificar el virus en pocos días, secuenciar su genoma y publicarlo en Internet. En comparación el virus del VIH fue aislado transcurridos más de 2 años de las primeras infecciones y aún no se ha logrado una vacuna efectiva. Merced a los desarrollos de drogas para otros virus hoy tenemos varios antivirales que están siendo probados con éxito para disminuir los efectos del COVID-19.
Desde luego aprenderemos más sobre los coronavirus, en los últimos meses se han escrito cientos de trabajos científicos sobre el tema. Despejaremos dudas sobre por qué casi no infecta a los niños o si puede tener la posibilidad de reinfectar, de qué animal provino, qué efectos tienen las mutaciones, etc. Un ítem a estudiar es la facilitación de la infección por anticuerpos. Como pasa con el virus del dengue donde la primera infección es leve pero la segunda puede ser mortal. Es importante estudiar si se producirán diversos serotipos en el COVID-19. Los virus mutan constantemente, la evolución más probable es que el virus aumente su capacidad de infectar pero disminuya la mortalidad terminando como el coronavirus del resfrío común que nos acompaña hace siglos. Habrá que estar atentos a las mutaciones del virus dado que de esto dependerá la eficacia de las vacunas y el futuro de la pandemia.
Quizás las respuestas lleguen tarde pero nos servirán para un futuro brote viral o para usar los virus en nuestro beneficio. También es importante estudiar las causas de estos brotes, evitar que haya contacto con animales salvajes y evaluar cómo afecta el aumento exponencial de la población que llegó a los 7600 millones.
Sin embargo, el mayor beneficio será el entendimiento de la importancia de la ciencia. No es justo quitarle importancia en nuestra vida cotidiana y luego pedirle milagros cuando la necesitamos. Hay que replantearse si solo invertir el 1% en promedio en ciencia es una decisión inteligente.
El costo que produjo la epidemia del SARS, otro coronavirus, se estima en 100.000 millones de dólares. El COVID-19 supera en decenas de veces esa cifra siendo inconmensurable cuantificar las vidas humanas que se perderán. El 1% PBI mundial es aproximadamente un millón de millones de US$ que es aproximadamente la inversión anual en ciencia. El impacto del COVID-19 seguramente producirá una reducción de varios puntos del PBI mundial. Con esa cifra se podrían curar la mayoría de las enfermedades infecciosas u otras que matan mucha más gente que el COVID-19. Solo la malaria produce la muerte anual de casi un millón de personas, la mayoría niños.
La tasa de mortalidad para el COVID-19 es de 2 en mil hasta los 40 años, aumenta al 1% después de los 50 y a los 80 es del 15% al 20%. Esta tasa como vimos está calculada sobre los infectados que tienen síntomas por lo que la tasa real es menor. Si la comparamos con la tasa de mortalidad de los últimos años tomando en cuenta todas las enfermedades observamos que los valores son similares. Esto quiere decir que en el caso de contagiarse tendríamos el doble de posibilidad de morir comparado con el 2019.
Una de las estrategias más importantes para bajar la tasa de mortalidad es el uso de antivirales. Para el caso del COVID-19 hay más de 30 drogas que podrían probarse. La mayoría son antivirales que se han usado para los tratamientos de otras infecciones como el ébola, el SIDA o la malaria. La cloroquina una medicación utilizada para tratar la malaria ha demostrado recientemente ser efectiva para combatir el COVID-19, esta medicación se utiliza desde 1944 y está disponible en la mayoría de los países. Dado que las drogas no están aprobadas para combatir el COVID-19 se deberían hacer protocolos de investigación para tratar a los pacientes con mayor riesgo o en estado crítico cuando lamentablemente no hay disponibles respiradores y quedan como última opción para salvarles la vida.
Para Argentina la incertidumbre es mayor dado que estamos en la estación contraria a la mayoría de los países. Tendremos la ventaja de poder usar el conocimiento de los países que pasaron por la peor parte de la crisis pero también varios meses de invierno por delante donde las bajas temperaturas son ideales para la propagación del virus.
¿Será ésta la última pandemia? Hoy tenemos todas las herramientas para evitarlo y habremos aprendido de la crisis para que no vuelva a repetirse. ¿Qué hubiera pasado si el COVID-19 tuviera la mayor mortalidad de otro coronavirus como el MERS o qué pasaría si el virus fuera fabricado con las nuevas técnicas de edición genética?
Tenemos muchas otras pandemias no infecciosas como el Alzheimer, drogadicción, obesidad, diabetes, trastornos de ansiedad, muchos de las cuales producen más muertes y sufrimiento que el COVID-19 con costos enormes. ¿Invertiremos en ciencia para evitar costos futuros?
Como pasó con la peste negra en el Siglo XIV que produjo cambios sociológicos permanentes esta pandemia dejará su marca. Pone a prueba a los estados que deben dar los insumos básicos a la población para cuidar su salud como también a los organismos internacionales que deberían controlar y prevenir crisis sanitarias.
En algunos meses la situación mejorará y como cuando termina una guerra muchos festejarán. Quedarán las heridas, varias de las cuales serán permanentes. Se reactivará la economía. En lo que puede ser una victoria pírrica nos queda la esperanza que sirva para cambiar nuestras prioridades en un mundo que prioriza la distracción frente al conocimiento.
Dr. Daniel Pozzi
Gracias, Daniel. Lo reenvío. Tengo miedo de que la gente salga a la calle, igual. Acá se da el versus entre lo individual (que no se mueran mis viejos, y mis hijas que tienen asma) con lo relativo a la humanidad ( es efectivo el aislamiento?)
GRACIAS siempre por compartir tu saber.
Un beso grande.
Excelente nota Dr. Pozzi. Sin dudas el paradigma social debe cambiar, y los científicos deben ser más alentados que un futbolista. Quizá todo esto sume para que le demos valor a lo que realmente lo tiene.Nadie saldrá indemne de esto, a todos en algo nos habrá cambiado y en quien no lo haga, merece que le tengan pena.
Excelente nota que muestra en su explícita redacción, que a pesar de nuestra actual tecnología y conocimientos no logramos como humanidad enfocarnos en lo importante, por no invertir en ciencia, olvidando esencialmente al más débil, hasta que aparezca un virus que no mire la condición del débil e infecte a los poderosos que manejan el mundo. Tal vez éste se el virus ¿o habrá que esperar otro peor?